Paulinha Rio
Paulinha Río es un nombre de ficción para el comercio de diseño y moda que concentra la inspiración de una mujer creativa que eligió Barcelona como morada. “Si me hubiera ido a vivir a Londres estaría más avanzada, si me hubiera ido a San Paulo sería millonaria. Me vine a Barcelona por amor. Él era un músico electrónico, la música de este tipo que se crea aquí tiene escasa credibilidad. A los pocos meses, tuvo que emigrar a Londres. Yo era más obstinada, decidí quedarme e inventé Circuit. Moví todas mis conexiones internacionales para que esta ciudad fuese lo más en moda. Me gusta el clima, la comida, la estética y la calidad de vida”.
Quien así habla es la diseñadora de moda Paulinha Feberbaum, nacida en Río de Janeiro hace treinta años y que este mediodía permanece sentada frente a mí mientras come sushi en un restaurante japonés de la calle Muntaner.
Sus cuatro abuelos eran judíos de centro Europa que emigraron a Sudamérica por motivos políticos. Paulinha nació en Río porque su padre, que era de Colombia y trabajaba como representante de la Shell, se gastó toda su fortuna en la luna de miel. “Mi madre había nacido en Brasil, tenía 19 años y era guapísima. Mi padre se volvió loco por ella. Tras ese largo viaje, mi padre, que tenía que vivir en Venezuela, se quedó sin socio, perdió el empleo y se instaló con mi madre en una habitación de la casa de mis abuelos, en Río, que es donde yo nací”.
Paulinha fue educada en el ambiente cerrado del mundo judío sin contactos con la cultura carioca, la samba o el carnaval. Sin embargo aquel mundo no caló en ella y a los diecisiete años cambió de colegio. “Fui a parar a uno muy liberal. Mis compañeros eran hijos de artistas, actores e intelectuales y descubrí la macoña (marihuana). Muchos días no iba a clase, se me borró el judaísmo, quería divertirme y me volví gruppie. Mis grupos favoritos eran Police, The Cure, The Cult. El rock me fascinaba y aprendí inglés para entender las letras. Mentalmente decoraba las canciones con imágenes de ensueño. Mi madre era profesora de pintura y me había enseñado a pintar de cría. Yo, inspirada por aquellas músicas, me puse a dibujar y gané varios concursos, pero aquello no cuajó. Un año después conocí a una chica japonesa que estudiaba moda. ‘¿Moda en Brasil?’, le pregunté”.
Algunos miembros de su familia se dedicaban a la confección y vivían rodeados de revistas internacionales de moda que Paulinha estudió con pasión. “El glamour de la moda me empezó a afectar el cerebro seriamente. Quince años atrás, Brasil prestaba escasa atención a estas actividades. Un día me enteré de que en una fábrica textil de judíos muy importante abrieron una escuela técnica de moda y diseño. Me apunté y lo que más me interesó fue la sala de costura. Pasé muchas horas cosiendo hasta que decidí experimentar con mis propias creaciones. Descubrí que tenía una extraña sensibilidad para conseguir gamas y combinación de colores muy fuertes”.
Hasta hoy nadie ha conseguido que Paulinha haga algo que ella no quiere. Cuando acabó sus estudios, venció la resistencia de sus padres y se fue a trabajar a la empresa más fashion del país. “El dueño acababa de morir de sida. Era una empresa cañera en la que todo dios estaba metido en drogas y sexo. Me enamoré locamente del jefe comercial que en cada tienda de la cadena tenía una amante. Fue todo muy loco y aprendí mucho. Un año después pedí el finiquito y me fui a la fábrica más prestigiosa de ropa tejana. Sus propietarios también eran judíos, y otro caos. A los miembros vanguardistas de la generación de los ochenta en Brasil se les fue la olla y todos acabaron fatal. Mi nuevo jefe también murió de sida. Antes, me llevó a Europa para que viera lo que se hacía. Aproveché para pasar sola unos días en Londres”.
Por aquel entonces Paulinha era fan de los Stone Roses, conoció a un cantante y se hicieron novios. Su jefe la reclamó para París. Y se encontró en probadores copiando pespuntes y formas. “Me quedé muerta. Habían venido a Europa a comprar prendas que a mi vuelta ellos deshacían para copiar. Como no podían comprarlo todo, yo tenía que dibujar o memorizar las prendas que no adquirían. Volví a Brasil decidida a no quedarme. Y me vine de vacaciones a Barcelona con un novio músico harta de que en Río todo el mundo me mirara por la calle. Vestía muy fuerte. Había descubierto una forma de expresarme”.
Paulinha despega, se mueve por la ciudad, descubre lugares en al Barrio Chino que le fascinan, la Barceloneta le recuerda Copacabana y crea una marca comercial en la que ella diseña, gestiona, busca los tejidos, crea los patrones y comercializa las prendas. Viaja cada año varias veces a Nueva York, Londres y París donde tiene amigos y vende parte de sus colecciones. Como en España la gente es poco atrevida y falta cultura, Paulinha inventa Circuit con tres socios en 1998. Un evento que junta arte, fotografía, música electrónica y moda de realizadores punteros de medio mundo durante tres días en varios locales de la ciudad antigua. Cuando se celebró la edición de 2001, pese al éxito de público, la prensa convencional no le prestó la atención debida. Dieciocho espacios y más de diez mil personas.
El desfile con sus creaciones estilísticas ocurrió en una sala increíble que llevaba cerrada a cal y canto treinta años, la Sala Latino, junto al teatro Principal de La Rambla, se lo recuerdo y ella suspira. Tras cada Circuit, por el trabajo que supone organizar el evento sin ayuda de la industria ni de las instituciones, acaba bastante deprimida. “Este año, Jordi Martí, gerente del Instituto de Cultura dirigido por el concejal Mascarell, nos quitó uno de los espacios en el último momento. Nos dijo que el Ayuntamiento no podía estar en eventos patrocinados por marcas de tabaco. Nuestro sponsor único es Lucky Strike”.
Paulinha está atravesando un periodo de cambios y no sabe dónde irá a parar. Los industriales de aquí son muy conservadores y no se lanzan como en Londres, Milán o Nueva York. La gestión que debe desplegar para que su marca sobreviva le roba creatividad y muchas horas de sueño. También tiene problemas para que le sirvan los metros del tejido elegido porque no son miles de metros y con demasiada frecuencia la dejan colgada. “Todo creador para crear un producto genial necesita una empresa textil que apueste de verdad. Es lo que le ha ocurrido al mallorquín Miguel Adrover en Nueva York. Le han puesto un edificio entero para que él invente sus diseños.”
Sería lamentable que la fascinante Paulinha tuviera que emigrar como tantos otros. Con los años, la pasión por un lugar mengua y el pragmatismo de los hechos impone drásticas soluciones.
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Barcelona da más lugar a Paula Feferbaum que a Paulinha Rio. El Circuit quedó atrás junto a su némesis, la Pasarela Gaudí. Paula emprende la lucha por lo que cree y monta con su agencia Clarity una “tienda guerrilla” en un centro comercial. A lo largo de un mes, se encuentran allí diseñadores independientes, maniquíes y clientes, entre hilos de seda a modo de contención. Finalmente, la tienda desaparece, hasta el próximo año. El Fashion Pop-Up, como se conoce esta iniciativa importada de Londres y Nueva York, realiza en el 2008 su segunda edición.