Guillem Morales
En 2001 tiene veintiocho años. Pertenece a la primera promoción que ha hecho realidad un sueño. El de crear una escuela de cine como dios manda que reuniera a la gente con inquietudes. “Buscaba cómo hacer cine. Al no existir ninguna escuela ni aquí ni en Madrid desde tiempos de Berlanga, me matriculé en Arte y me dediqué a hacer teatro experimental en la asignatura de Ricard Salvat. A algunos de los actores que más tarde he utilizado en mis cortos, Rubén Ametllé por ejemplo, los conocí entonces. Dejé los estudios en segundo y me apunté en un módulo profesional de imagen y sonido, una FP, que es de donde salió la ESCAC”.
A simple vista, es un joven delicado incapaz de cometer extravagancias. Tras un rato de cháchara, tomas conciencia de que es capaz de meterte en Psicosis por amor al séptimo arte. Su primer cortometraje, un proyecto de graduación después de cuatro años en la ESCAC, ha obtenido cuatro premios internacionales: Estocolmo, Miami, Turín y Dresden; varios nacionales y recibió una nominación a los Goya. Toda una hazaña. Back room muestra lo que acontece en cualquier cuarto oscuro de discoteca gay. Los pensamientos de los personajes en forma de voces en off humanizan la mordacidad de cuanto ocurre y de cuanto no sucede. Lo que más sorprende es que no se trata de una película comprimida como suele ocurrir en los cortos de noveles, sino que el tiempo es real, contiene pocos elementos y muy precisos. “Me atraía el laberinto de los cuartos oscuros, me obsesionan los espacios cerrados y las reglas que determinan el comportamiento de la gente cuando está dentro. Me interesaba presentar el sexo como un ejercicio físico, sin concesiones, tal cual es y sin erotismo alguno. Con el director de fotografía, Bernat Bosch, nos planteamos que la piel de los actores no fuera agradable ni cálida ni jugosa, la queríamos de cadáver, de cera. Y también que la luz fuera rara. Creo que lo conseguimos”.
Guillem presentó la sinopsis de Back room en la escuela y contra todo pronóstico consiguió la subvención para rodar en 35 milímetros. Cuando ya tenía grabadas la mitad de las escenas, un actor le plantó sin darle ninguna explicación. Tuvieron que parar el rodaje y destruir el decorado. Sin dinero, cuando logró que otro actor confiara en él para rodar escenas de tanto riesgo, tuvo que pedir un crédito con el que empezar de nuevo. “Mi pretensión era hacer un corto muy riguroso sobre la incomunicación humana, fuerte y sutil a un tiempo”.
Para ganarse la vida sin cambiar de profesión, Guillem ha trabajado desde los dieciséis años, a ráfagas, en estudios de diseño haciendo dibujitos e ilustrando. Esta es una habilidad que le permite hacer los bocetos de cada plano sobre un papel. Un story board muy personal. “Me gusta mucho trabajar en equipo y me fascina ser director, porque tienes que canalizar diversas energías y conducirlas a un punto para concretar lo que quieres contar y el cómo hacerlo. El cine es complejo y es importante que también entretenga”.
En segundo de BUP, en el colegio L’Estonac, un psicólogo le hizo un test cuyo resultado produce risa. Le salió que podía ser torero o astronauta. Lo cierto es que era un chico tímido y muy intuitivo que se pasaba las noches viendo cine en la televisión, escribiendo cuentos y leyendo a Poe, a Shakespeare, a Chejov, a Kafka. Acabó con una miopía de órdago. “Entre los trece y catorce años, me quedaba todas las noches frente a la pantalla del televisor prácticamente enganchada a la nariz. A horas intempestivas, vi el mejor cine de Fitz Lang, Fassbinder, Antonioni o Fellini. Luego me dormía en clase y siempre me sentía cansado. Fue entonces cuando decidí ser director de cine costara lo que costara. Ahora leo poco, me gusta Ballard y no quiero volver a leer a Chejov; lo representan mal porque se lo toman demasiado en serio. El día que vea Tres hermanas en clave comedia me reconciliare con él”. Uno de los mayores estremecimientos que recuerda antes de empezar la universidad, lo sintió el día en que vio Tras el cristal, de Villaronga. “Me traumatizó. Es un director al que admiro. Me gusta Impacto, de Fresnadillo, pero en general el cine español me aporta poco, me interesan mucho más Polansky, Lynch, Kubrick”.
Cuando el festival de Sitges conmemoró los cien años de cine fantástico, Guillem se volvió loco pues es un mitómano en este género. “Soy muy fan. Fritz Lang me sigue gustando. Me deslumbra la etapa británica del cine fantástico, tengo todas las películas de Terence Fisher y de muchos otros. Me seduce el cine que altera la seguridades de la gente porque descubre una manera nueva de mirar de las cosas capaz de crear turbulencias en el espectador”.
Su segundo corto, que algunos ya han visto y que gusta bastante, tampoco fue agua de rosas. “Si rodar el primero fue complicado, rodar Up side down fue la hostia. Me apetecía rodar con Violeta, una actriz fantástica que conozco desde la facultad, y meterla en una situación límite. Me vino a la cabeza la imagen de una chica atrapada boca abajo dentro de un coche, tras un accidente, intentado comunicar con su pareja que ha conseguido salir fuera, mientras esperan a los bomberos. Otra vez el tema de la incomunicación y, como el coproductor era de Andorra, decidí rodarlo allí y con mucha nieve”. Cuando hubo hecho las localizaciones y juntado el equipo, partieron rumbo a las montañas, en pleno invierno. Un tiempo loco en forma de ola de calor derretía la nieve, por lo que tuvieron que rodar a más altura. Subieron coche y equipo en helicóptero porque en aquellos parajes, a dos mil metros, las carreteras estaban heladas y había peligro de aludes. Ráfagas de un viento gélido a más de cien kilómetros por hora provocaron la catástrofe. “Meter a Violeta dentro del coche, volcado y muy bien agarrado, costaba veinte minutos. El día antes de rodar la escena más dramática, el helicóptero se estrelló delante de nuestras putas narices. Murieron el piloto y el copiloto, y nosotros nos quedamos solos allá arriba”. El susto y la conmoción fueron enormes, pero el corto se terminó. “Quizá me hubiera gustado rodar con un plano más abierto, pero el paisaje es claustrofóbico”.
No le gusta el cine en el que la cámara esté situada a la altura de los ojos. Le va forzar la óptica y que la realidad quede algo distorsionada. “El cine te permite alterar lo real y despertar otras sensaciones. No me gusta el cine social que trata la realidad tal cual es, aunque me gusta Solas y Secretos y mentiras”. De pronto, me mira con malicia y me habla de un largometraje, el primero, para el que casi tiene productora. “Cuando firme te lo cuento”. Se refiere a El habitante incierto. Se levanta del sofá, se va y me deja en suspense. Este hombre que sabe lo que quiere tiene un mundo propio peculiar y poderoso. Y se propone dejarnos irrumpir en él.
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Su primer largometraje El habitante incierto (2005) optó al Goya al director novel. Este año también dirigió en vídeo el cortometraje A.P.A.A.I (Acontecimientos Posibles Aunque Altamente Improbables) (2005), en la que un grupo de personas se sumerge en un estado entre la vigilia y el sueño para experimentar con acontecimientos de la vida cotidiana. El 2008 lo encuentra colaborando con la compañía de danza Erre que erre, que estrena obra en el TNC.