Francisco Casavella
Casavella, a sus veintisiete años, sorprendió con una novela, El Triunfo, que recreaba los entresijos de un mundo que se iba al carajo. Fue en 1990. Ahora, el barrio Chino ya no existe, nos queda el Raval capital Liceu Nou, pakistan world y ravalahan. “Me críe en el piso en el que ahora vivo con mi novia, junto al Paralelo. De pequeño, salías a la calle y te encontrabas con tíos vestidos de vaquero en el bar de abajo que decían: ‘Voy, los mato y vuelvo’. También veía que los locos y los tontos no lo eran por horas, que eran borrachos de por vida.”
¿Vaqueros del Oeste en tu barrio?
“Con decir que en el hueco de la manzana de mi casa estaban los estudios de Ignacio Iquino queda todo aclarado. Más tarde, buscando garitos en los que pudiera jugar al millón, escuché extrañas conversaciones acerca de bandas y glorias abolidas y descubrí aquel entorno en el que regían otras reglas y otro ritmo poblado por ex-mantenidas, ex–coristas, ex-putas, ex-legionarios que me fascinó. Así que me acostumbré a la normalidad extravagante”.
Admiro a Casavella porque se ha convertido en un escritor que no quiere hacer carrera sino buenas novelas y que rehúye cualquier notoriedad. Es un ser solitario, que pasa meses encerrado en su casa y que vive los personajes que inventa con mucha intensidad. “Por otro lado estaba la vida para la que te preparan tus padres: Ya que estamos aquí hay que prosperar”. Su madre era de Cuenca y su padre, gallego, profesor en los Escolapios de San Antonio, “que es donde yo estudié. A los dieciséis años entré a trabajar en La Caixa. Tras una escalada asombrosa, a los veinticinco años seguía de botones. No me seducía nada convertirme en alguien como el señor que tenía enfrente”.
Casavella pasó por la universidad de visita. Primero se matriculó en Derecho, más tarde en Filología. Así descubrió que más allá del barrio existía otra ciudad y otras gentes. “Entre el 79 y el 82, cuando por edad la noche ejerce enorme fascinación, me aficioné a la música. Mis gustos son eclécticos y me paseé por los bares y discotecas de la zona pija, el Meta, Zacarías, Zigzag, con aquella cara de crío con la que me resultaba imposible ligar. Parecía un chaval de primera comunión, cuando en verdad soy hijo del punk”.
Un día leyó El gran momento de Mary Tribune, de Juan García Hortelano, la comicidad de esta novela va mucho con su temple, y también se aficionó a la novela negra norteamericana. Don Delillo, por ejemplo, porque combina la carga literaria con lo vivido. “De adolescente lees para verte proyectado. ¡Éste es de los míos!. Yo me he criado con los mitos de la delincuencia juvenil y empecé a escribir con cierto complejo porque no sabía si iba servir. A los veinticuatro años me fui a la mili y tuve una gran sensación de libertad. Cuando la acabé no volví al trabajo y me puse a escribir historias que había oído en las barras de los garitos del barrio. Publiqué pronto, fue un paso y obtuve un reconocimiento que no esperaba aunque no me van las promociones. Me gusta más observar a que me miren. Tampoco aspiro a entrar en la Real Academia. Las dinámicas de poder no me interesan. Lo único que busco es comprar tiempo para poder escribir en soledad y que Herralde siga apostando por mí”.
Según Casavella, una persona que necesite trato diario con mucha gente lo tiene crudo para escribir. “Ser escritor implica ser hombre invisible”.
¿Invisible? Yo te he visto en varios bares lanzando sarcasmo por un tubo. “Bueno, me cuesta mucho salir de casa, pero cuando lo hago, me gusta el vino y tardo en volver. A veces he estado un mes viajando por la ciudad. Como decía el Tenorio, subes a los palacios, bajas a las cabañas y luego te vuelves”.
¿Entonces por qué tienes fama de niño malo?, le pregunto. “Por las noches soy travieso e igual me convierto en Mister Hyde. O quizá sea una derivación de la timidez, que te hace ser más arrogante. Siempre saco punta a las cosas de forma muy esquinada. A veces, cuando me tomo un par de copas, me trasformo en el personaje de la novela que estoy escribiendo, te salta la voz, y la gente se queda asombrada”.
En un intermedio de la mili, subió a su chavala de entonces en un coche y se fue de vacaciones al País Vasco. En la bella localidad de Ondarra, muy abertzale, Casavella, tras cenar por ahí, dejó a su chica en la cama y salió a tomar unas copas. Alto y corpulento, con cara de niño bueno y la cabeza al rape, tras entrar en una taberna y pedir un gin tonic en castellano, sintió que la sospecha le acechaba: ¿Qué estás haciendo aquí?, parecían decirle los compañeros de barra. “Entonces pensé: Queréis que sea un guardia civil que os está acechando, pues lo soy. Y solté a viva voz: A que no sabéis lo que es el calibre 162. No ocurrió nada ni nadie pronunció palabra. Al día siguiente me desperté aterrado y le dije a mi novia: ¡Vámonos! Fue el amanecer más angustioso de mi vida. Al alcanzar el coche veía un aura a su alrededor: ¡Aquí nos han puesto algo! le grité a mi chica. Salimos zumbados”.
Tras su tercera novela, Un enano español se suicida en Las Vegas que publicó en 1997, Casavella se dedicó a hacer un guión para una telenovela en TV3 como medio para ganarse la vida de la forma más anónima posible. “Fue una época tediosa y al acabar me dije: Con el dinero que he ganado y con mucha paciencia voy a escribir un novelón. Llevo tres años. Los primeros diez meses me encerré en una urbanización de Roda de Barà. El tiempo dejó de existir y con tanta soledad perdí el sentido de la realidad y de la oralidad. Este camino te lleva al claustro y te convierte en monje. Y yo también quiero ser un ciudadano dinámico y simpático”.
Se volvió a Barcelona y sigue encerrado. En ocasiones se le ve por los bares del Raval conversando y riendo. Hace pocos días me lo encontré y se vino a mi casa. “Como estoy embalado con mi libro y ya no me queda mucho para acabarlo, me lo paso pipa por mucho que lleve el horario al revés. Me despierto a las cinco de la tarde y escribo toda la noche. En Barcelona me siento menos cartujo aunque pase un mes sin salir de casa”.
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Luego de su trilogía sobre Barcelona reunida en El día del Watusi (Mondadori, 2002), en 2008 ganó el premio Nadal con Lo que sé de los vampiros, un historia ambientada en el Siglo de las Luces, con muy buena acogida de la crítica. Sus novelas Un enano español se suicida en Las Vegas y El triunfo fueron llevadas al cine. Y aunque parezca imposible, él intenta mantenerse al margen.